Sola. Perdida. Desorientada.
Así se sentía ella todo el tiempo.
Era incapaz de producir sonidos al exterior.
Por dentro, era un remolino de emociones.
Por fuera, un mar en calma.
Recuérdame lo que es gritar lo que sientes,
lo que es expresar tus ideas al resto del mundo.
Recuérdame lo que aporta una buena conversación,
unas buenas risas en un mal momento.
Recuérdame lo que es no tener vergüenza a todas horas,
poder canturrear por las calles sin temor a lo que piensen.
La gente de su alrededor solo veía a una chica tranquila.
Lo que ella sentía era totalmente diferente.
No tenía fuerzas para sacar todo lo que tenía dentro.
Se iba agolpando dentro de ella, queriendo salir a cada suspiro.
Recuérdame cómo es sentirte en casa cuando estás a kilómetros de ella.
Irse a la cama sin tener que taparte con la colcha por si tus miedos,
esos que tienes desde que recuerdas, se deciden por ir a por ti.
Sentir que alguien se preocupa por ti, que te hace caso, solo a ti.
Sin voz. Ni voto.
Ni ganas. Sin fuerzas a enfrentarse al mundo.
Recuérdame (a ti).