martes, 6 de octubre de 2015

Enmudecida

Sola. Perdida. Desorientada.
Así se sentía ella todo el tiempo.
Era incapaz de producir sonidos al exterior.
Por dentro, era un remolino de emociones.
Por fuera, un mar en calma.

Recuérdame lo que es gritar lo que sientes,
lo que es expresar tus ideas al resto del mundo.
Recuérdame lo que aporta una buena conversación,
unas buenas risas en un mal momento.
Recuérdame lo que es no tener vergüenza a todas horas,
poder canturrear por las calles sin temor a lo que piensen.

La gente de su alrededor solo veía a una chica tranquila.
Lo que ella sentía era totalmente diferente.
No tenía fuerzas para sacar todo lo que tenía dentro.
Se iba agolpando dentro de ella, queriendo salir a cada suspiro.

Recuérdame cómo es sentirte en casa cuando estás a kilómetros de ella.
Irse a la cama sin tener que taparte con la colcha por si tus miedos,
esos que tienes desde que recuerdas, se deciden por ir a por ti.
Sentir que alguien se preocupa por ti, que te hace caso, solo a ti.

Sin voz. Ni voto.
Ni ganas. Sin fuerzas a enfrentarse al mundo.

Recuérdame (a ti).

jueves, 1 de octubre de 2015

Espiral de las 00:35

Érase una vez una joven, pequeña y delicada.
Su tez resplandecía bajo el cálido primaveral.
El pelo, largo y desgarbado, le caía por la espalda.

Por las mañanas, un café solo calentaba sus manos.
El agradable olor que desprendía le hacía sentir acogida,
envuelta.

Pero así no es como ella se veía, esa no era su versión.
Sus pasos, más allá de ser propios de una bailarina, eran descuidados.
Su ropa, era una mezcla de todo aquello que encontraba.
El pelo lo llevaba suelto pues éste no era capaz de ser domado.

¿Y el café? El café era lo único bueno en su vida.
Era lo único que había permanecido a lo largo del tiempo.
Era lo único en lo que sabía que podía apoyarse.

Desde el momento en el que todos los hilos se cortaron,
desde el momento en el que todo se desarmó,
nada había vuelto a ser lo mismo.

Ya no se veía capaz de aquello con lo que soñaba.
No se sentía segura consigo misma debido a sus errores.
Tampoco confiaba en que el futuro fuese a mejorar.

Todo aquello en lo que había creído,
todo aquello de lo que esperaba algo bueno, había desaparecido.
Todo se derribó como un castillo de naipes.

¿Y ahora, qué? Ahora vagaba por las calles sin rumbo,
esperando a que alguien la agarrase del brazo y la rescatase.
Quería que alguien la sacara de aquella espiral.

¿Alguien iba a echarle una mano? ¿Quién?

sábado, 29 de agosto de 2015

Negro.

Las noto, agolpándose dentro de mí.
Siento como colisionan tan fuerte que mis huesos son testigos.
Testigos de un cúmulo de emociones que luchan por salir.

Es tan fuerte, que pido a gritos que me saquen lo que llevo dentro.
No puedo aguantar más. Mis manos tiemblan a la vez que mi cuerpo se contorsiona.
Tirada en el suelo, intento escapar, pero no puedo.
Aquello de lo que huyo me persigue. No consigo sacudírmelo.

Necesito calma.
Esa calma que viene después de la tormenta.
Esa calma que hace que no te duela respirar.

Mis uñas intentan facilitar el camino de salida.
Trazan líneas que resquebrajan la piel. 
Empiezan a notarse las pequeñas marcas,
rosadas, que dejan tras su paso.
Las uñas no son suficientemente afiladas.

Quiero huir. Huir de mí misma.
¿Pero cómo?
No puedo huir, no puedo esconderme.

Tan solo me queda apagar la luz y esperar a que la oscuridad me consuma.

jueves, 30 de julio de 2015

Seduce

Con tu forma de ver el mundo a través del brillo de tus ojos
que hacen que el niño que llevo dentro
quiera volver a jugar en el patio del recreo.

Seduce.

Con el sonido de la risa sincera que brota de tus labios.
Acogedora, risueña pero firme.

Seduce.

Con esa forma tan particular que tienes de plantear
las cosas más cotidianas y de convertirlas en algo extraordinario.

Seduce.

Con tu predisposición a disfrutar de cada momento,
de cada segundo, de cada aliento.

Seduce.

Aprovecha el talento que tienes para convencerme
de que hoy es el mejor día de mi vida.

Seduce.

Con esa habilidad tuya para hacerme creer
que me falta el aire.

Seduce.

Que no me hace falta notarte cerca
para saber que eres totalmente amable.

Seduce(me).

miércoles, 29 de julio de 2015

Atrévete

Cuando sales de tu ciudad
y descubres lugares nuevos.
Cuando decides abandonar tu lugar de confort
para explorar un poco más allá de tus propios muros.
Cuando olvidas los sueños imposibles para soñar despierto.
Cuando dejas a un lado tus miedos
para enfrentarte a la abrumadora realidad.

Cuando no quieres seguir viendo el espectáculo
 desde el patio de butacas.
Cuando decides ponerte delante
y no detrás del visor de la cámara.
Cuando empiezas a tachar aquellas cosas
que siempre quisiste hacer de tu lista.

Cuando olvidas esconderte y dejas que todos puedan verte.
Cuando dejas de mirarte los pies
para mirar a unos ojos rebosantes de luz y esperanza.
Cuando te atreves a ser el protagonista de tu propia historia.
Cuando los prejuicios carecen de sentido
y solo importa el aquí y ahora.
Cuando dejas de planear y te decides a vivir.


Olvidémonos de todo y hagamos del cuando nuestro ahora.

domingo, 26 de julio de 2015

Falta algo

No está todo lo que tenía que estar.

Repaso en mi cabeza todos aquellos elementos que estaban estrictamente enumerados en una lista de dos páginas. Si, dos páginas. Me había impuesto hace mucho tiempo que ese fuera mi máximo permitido. En aquella lista había un sinfín de palabras. Palabras muy diferentes que designaban cosas muy diferentes pero que en su conjunto tenían un sentido.

Hacía tiempo que tenía hecha esa lista. A lo largo de los días había ido tachando aquellos renglones que ya no necesitaba. Había sido complicado ceñirme a esas dos páginas, tuve que deshacerme de... en fin, cosas de las que no quería deshacerme. 

Recuerdo llevar un borrador de la lista conmigo a todas partes. Era normal que en mitad de una conversación yo sacara mi pequeño cuaderno e hiciera una nota a pie de página, para luego evaluar si incluir un nuevo punto en la lista.

Sigo mirando el trozo de papel que tanto esfuerzo me ha costado redactar y, mucho más esfuerzo ha requerido ir cumpliendo y tachando cada uno de los puntos. Me concentro en pensar en qué momento dejé aquel número 27 en blanco. ¿Acaso pensaba que iba a necesitar un punto en mitad de la lista que rellenar una vez hubiese llegado al máximo? Si fue así, estaría equivocado. Todo lo que quería estaba en aquel papel, y no podía haberme dejado nada importante fuera.

Me alegro de haberme decidido a hacerla, la lista, me refiero. De no ser por ella, no me iría tranquilo por las noches a aquel mundo onírico del que tanto se habla en poemas de otras épocas.

No puedo parar de darle vueltas a la cabeza. ¡Se supone que he completado la lista! Pero hay algo... no, no hay algo.

Reviso rápidamente de arriba abajo... Tiene que haber algo... Todas las experiencias vitales necesarias las he cumplido y, algunas, con creces. ¿Qué puede ser? Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince... Cada vez más rápido... Dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis... Veintisiete.

00:27

Indecisión

Un lugar cualquiera. Un día cualquiera. Una persona cualquiera.

Se encontraba contemplando su alrededor. El aire rozaba sus mejillas con delicadeza. Sus brazos rodeaban sus rodillas de manera acogedora. Su pelo, descontrolado, se movía ligeramente con el impulso del viento. Pero no se movía. Estaba disfrutando del ajetreo de la ciudad, o del pueblo, de la montaña, o del mar. Eso es irrelevante.

Se impregnaba de todo, se impregnaba de nada en realidad.

Quería olvidarse de aquello que le rondaba por la cabeza, pero se resistía a dejar ir aquello que ya era parte de su cuerpo, de sus entrañas.
Pensar en el roce de la piel con su piel hacía que se estremeciese, pero era incapaz de dejar que alguien se acercase tanto como para poder hacerlo.
Extrañaba poder soñar, pero sólo quería mantenerse consciente.

Dejarse caer, zambullirse parecía una buena idea. O tal vez, volar, intentar alzanzar la cima.

Comerse el mundo, pero hacerlo sin apetito.

¿Qué elegir? Fue entonces cuando decido poner punto y final a los pensamientos y empezar a vivir, a conocer, a degustar, a odiar, a amar. ¿Qué me espera en este mundo? ¿O qué espera el mundo de mí? No puede ser todo tan fácil... No todo es blanco o negro. Vivir, ¿qué es vivir? ¿y morir? ¿Qué significa realmente? ¿Merece la pena arriesgar? - Esto es lo último que se me pasa por la cabeza antes de

sábado, 25 de julio de 2015

Momentos de debilidad

¿Y si lo dejamos todo y nos vamos?

Recuerdos. Buenos momentos.
Risas sinceras y llantos de despedida.
Hablar con desconocidos como si fueran nuestra alma gemela.
Relaciones estrechas con procedencia extranjera.
Levantarte temprano, ver cómo se acuesta la noche, ver cómo se despierta el día.
Saludar en diferentes idiomas pero queriendo decir lo mismo.
No querer dejarles ir aunque sepas que tienen que seguir su camino.
Momentos de gloria mientras cantas con el estropajo en la mano.
Abrir la puerta a cualquier peregrino.
Ofrecer limonada a cambio de nada.
Cambiar un sello por experiencias únicas.
Un Caminante no hay camino y un Let it be con sentimiento.
Tostadas con mermelada y Cola Caos a altas horas de la madrugada.
Dejar lo que ha sido tu hogar a otros que vienen detrás.




¿Y si volvemos a decir: "Buen camino" de nuevo?

domingo, 1 de marzo de 2015

Porque puedo.

¿Cuántas veces te han preguntado el por qué de algo?
¿Cuántas veces has pensado la razón de cierto comportamiento?
¿Cuántas veces te has dormido elucubrando tantos por qué?
La lista sería interminable, infinita.
Todo se articula en torno a motivaciones, deseos, que nos mueven.


Lo que nos gusta nos hace acercarnos más aún. Lo que nos repele hace que salgamos corriendo.
Somos sentimientos. Somos amor, somos odio.
Somos buenos con quien queremos y somos malos cuando podemos.


Cuando eres la causa de que alguien sonría te invade una sensación desbordante.
San Valentín, Navidad, los cumpleaños... Son convenciones sociales. Todos esperamos un regalo.
Pero cuando alguien nos hace un detalle, sin motivo aparente, no somos capaces de asumirlo.
Tenemos que buscarle una razón. Tiene que haber sido por algo.

¿Por qué lo has hecho?
Porque puedo.

lunes, 23 de febrero de 2015

Feliz ahora

La vida está llena de momentos. Momentos alegres y momentos tristes pero todos, al fin y al cabo, momentos memorables. Algunos permanecen en nuestra memoria por sí mismos, otros, somos nosotros los que nos empeñamos en recordarlos. Cada instante, por insignificante que sea, va conformándonos, haciéndonos más esto, más lo otro.

Estamos inlfuenciados por todo lo que nos rodea, quizá sea por ésto por lo que nunca estamos seguros al cien por cien de nada. ¿Significa esto que somos parte de un juego en el que nosotros somos el personaje y la vida es quién decide qué hacemos, cuándo y dónde? Tal vez.

La vida es aquello que pasa mientras nosotros nos consumimos. Tenemos que aprovechar cada momento, saboreándolo al máximo, exprimiéndolo hasta dejarlo sin jugo. Nada es permanente, todo es parte de un flujo de cambios, que no cesan. Las personas van y vienen, se van y llegan, saludan y se despiden. Decir adiós a alguien querido es de lo más difícil que hay que hacer, pero no hay otra opción. Alguien dijo una vez que las buenas personas se van para dejar sitio en el mundo para las siguientes generaciones. Puede ser por este motivo, o por otros, pero el hecho es que siempre llega el momento de la despedida.

Nacemos con fecha de caducidad, con un tiempo que sabemos que tiene límite, que se va a acabar. Parece que nuestro propio final lo aceptamos más fácilmente que nuestra vida. Irónico, ¿no es cierto?

En esta vida hay que tomar decisiones a cada paso que das. Todo depende de tí. Hay que aprovechar cada momento con los nuestros, con los suyos, con nosotros mismos. Quedarse con un mal sabor de boca no es agradable, intentemos apreciar el dulce sabor del amor y el salado sabor de las lágrimas. Aprendamos a respirar entrecortadamente, acompasadamente y sin mirar hacia atrás. El pasado ha de ser el eco de nuestro presente, no el referente de nuestro futuro.

Levantémonos por la mañana pensando: "Hoy sí". Dejemos de contemplar las estrellas, atrevámonos a tocarlas. No le busquemos formas a las nubes, dejémonos que nos mueva el viento como a ellas. No hagamos de la lluvia un fondo musical, salgamos a mojarnos de realidad.

No nos limitemos a meter los pies en el mar, zambullámonos en él, gritando cosas que no tengan sentido.


Hagamos de cada instante, un instante a recordar.

lunes, 9 de febrero de 2015

Jugando a la rutina

Nos perdemos en la rutina.
Suena el despertador, a falta de una caricia que nos avise de que ha llegado el momento de enfrentarse a otro día.
Desayunamos con los ojos cerrados, nos vestimos con lo primero que vemos.
Un pie en una bota, otro pie en la otra.

Con el abrigo abrochado emprendemos el camino hacia la parada del autobús, vigilando que no pase por la calle de al lado. Obsesionados por intentar controlar algo que está fuera de nuestro alcance.
Tenemos tanta prisa para no perderlo, que no mostramos atención al grupo de chicos que espera en el semáforo, todos los días, a las ocho menos cuarto.
Tampoco saludamos a los dos hombres que se paran a nuestro lado, sin dejar de mover sus pies, para no perder el ritmo.
El semáforo cambia de color y cada uno vuelve a emprender su camino. Si tienes suerte, no serás atropellado por un hombre que conduce con demasiada prisa, para llegar a una horrible oficina.

Llegas a la parada del autobús y te encuentras con el chico de gorro y gafas que va a tu misma universidad y que, por mucho que le veas cada día, no le saludas.
También está la chica que se baja en Cuatro Vientos y que siempre aparece dos minutos antes que el autobús.
No faltan las señoras bien arregladas y las chicas maquilladas.
El autobús llega y no importa quién lleva más tiempo esperando, vale más un asiento en el autobús que la educación que nos han dado.
Con suerte, puedes sentarte en el escalón del primer asiento, mirando al suelo y teniendo cuidado de que no te den con una bolsa de Blanco.

Llegas a Príncipe Pío con pocos ánimos y con frío. Te pierdes entre la gente. Gente que tiene prisa y te lleva por delante.
Sin darte cuenta has llegado a la vía del tren y descubres que tienes cuatro minutos de espera. Cuatro minutos de infierno en los que miras a la gente, y la gente te mira a ti. Sentirte observado es un sentimiento que ha creado profundas raíces en ti.

Te apoyas en la columna y, para tu sorpresa, notas que alguien está dando golpecitos a la estructura de metal por detrás.
Es un niño. Pelo corto y despreocupación en sus ojos.
Corre al rededor de ti, que te has fundido con la columna, para intentar atrapar a su madre en un juego de pilla pilla.
Su madre intenta despistar al niño, y éste, se para delante de ti, sonriendo dulcemente. No puedes evitar que tu cara refleje ese sentimiento de inocencia.
Esa inocencia que tanto añoras y que tanto hace falta en esta sociedad.
El niño abraza a su madre, que te sonríe con las mismas ganas que su pequeño.

No hay problema cuando llega el tren, no hay demasiada gente que empuje e insulte.
Te apoyas al lado de la puerta y te agarras a la barra amarillenta. Vuelves a sentir sus ojos en ti y sacas el móvil para no sentirte tan violento y observado.
No debería costarte mirar a la gente a los ojos, pero temes cruzarte con sus miradas. Miradas que pueden mostrar un amplio abanico de pensamientos.

De repente, oyes una guitarra, a tu lado. Te giras y ahí están: los saca sonrisas urbanos (como me gusta llamarles).
Da igual el instrumento que tengan, siempre hacen el trayecto más agradable.
Con cuidado, para no espantarlos, te quitas los auriculares y disfrutas de ese momento de paz.
Con un ritmo pegadizo te desean un buen día y van improvisando con la gente del vagón.
Cuando llega tu turno, cuando todavía no han dicho nada, te descubres sonriendo como un estúpido.
Hacen un comentario a tu gorro y te sonríen con toda la sinceridad del mundo.

Cuando llega tu parada, algo en ti no quiere bajarse. No quiere enfrentarse al día. Prefiere quedarse allí, fundiéndose con ese ambiente tan alegre y agradable.
A regañadientes, te diriges hacia las escaleras. Mientras sales a la calle, la felicidad esporádica desaparece y ya solo piensas en el momento de volver a casa.

Ojalá te vuelvas a encontrar a alguien que te alegre el día.

Mientras tanto, algo de ti sigue cantando la canción de aquel vagón. Miras a aquella chica del pelo rojizo, que parece arder bajo el sol, y te diriges hacia la facultad, con prisa y sin pausa.


Te dejas perderte en la rutina, entras en el juego del día a día y deseas que llegue la noche, para arroparte bajo las sábanas y abandonarte, en sueños.




Gracias, Conciencia Urbana.