jueves, 1 de octubre de 2015

Espiral de las 00:35

Érase una vez una joven, pequeña y delicada.
Su tez resplandecía bajo el cálido primaveral.
El pelo, largo y desgarbado, le caía por la espalda.

Por las mañanas, un café solo calentaba sus manos.
El agradable olor que desprendía le hacía sentir acogida,
envuelta.

Pero así no es como ella se veía, esa no era su versión.
Sus pasos, más allá de ser propios de una bailarina, eran descuidados.
Su ropa, era una mezcla de todo aquello que encontraba.
El pelo lo llevaba suelto pues éste no era capaz de ser domado.

¿Y el café? El café era lo único bueno en su vida.
Era lo único que había permanecido a lo largo del tiempo.
Era lo único en lo que sabía que podía apoyarse.

Desde el momento en el que todos los hilos se cortaron,
desde el momento en el que todo se desarmó,
nada había vuelto a ser lo mismo.

Ya no se veía capaz de aquello con lo que soñaba.
No se sentía segura consigo misma debido a sus errores.
Tampoco confiaba en que el futuro fuese a mejorar.

Todo aquello en lo que había creído,
todo aquello de lo que esperaba algo bueno, había desaparecido.
Todo se derribó como un castillo de naipes.

¿Y ahora, qué? Ahora vagaba por las calles sin rumbo,
esperando a que alguien la agarrase del brazo y la rescatase.
Quería que alguien la sacara de aquella espiral.

¿Alguien iba a echarle una mano? ¿Quién?

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